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La inestabilidad financiera que vivió el país durante la administración del presidente Venustiano Carranza hizo que la gente desconfiara del valor de los billetes emitidos por el gobierno, por lo que prefería el uso de las monedas de oro y plata para hacer sus transacciones comerciales.
A pesar de los llamamientos hechos por el gobierno de Carranza para que los billetes fueran recibidos por todos los comercios del país, muchos vendedores se negaban a aceptarlos, exigiendo el pago en metálico para la adquisición de productos y servicios.
La propia Secretaría de Hacienda exigía que el pago de impuestos se realizara con monedas de oro y plata. Como consecuencia de esto, comerciantes, empresarios y algunos políticos acapararon las monedas de estos metales, fundiéndolos en barras para poder ser transportados hacia el territorio estadunidense y poder depositarlo en los bancos de ese país. El contrabando aumentó desde finales de 1916 y durante todo 1917, no sólo de monedas, sino también de joyas y alhajas, muchas veces producto de robos y confiscaciones