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La Primera Guerra Mundial paralizó el comercio entre las principales potencias económicas. Estados Unidos aprovechó el conflicto bélico para aumentar su balanza comercial con los países aliados, quienes fueron sus principales clientes. México no pudo competir en el mercado de guerra y sólo exportó henequén, petróleo y algunos productos agrícolas como el garbanzo.
Por otra parte, el pequeño comercio resintió la lucha revolucionaria. Aquellas grandes tiendas de pueblo que surtían a sus habitantes de los productos de uso cotidiano, como los medicamentos y herramientas para el campo, en gran mayoría cerraron, ya fuera porque los comerciantes huían de la región o por la incertidumbre de sus negocios, la falta de créditos y la escasez de insumos; a ello se sumaba la inseguridad de los caminos, por lo que el comercio nacional estaba estancado.
De ahí la importancia de impulsar acuerdos y reuniones entre los comerciantes, como el Primer Congreso Nacional de Comerciantes, inaugurado solemnemente, en la Sala de Actos del Palacio de Minería, por Venustiano Carranza, acompañado del ingeniero Alberto J. Pani, secretario de Industria y Comercio, y de otros miembros del cuerpo diplomático. Los comerciantes, en voz de su líder Carlos Arellano, se comprometieron a combatir la carestía, además de llevar productos de calidad al consumidor final, sin que afectaran los bolsillos.